Por Emmanuel Carballo.
Periódico
"El Día", México, 23 de febrero de 1975, suplemento dominical
"El Gallo Ilustrado"
Hace
cuarenta y un años, el 21 de febrero de 1934, Augusto César Sandino fue
asesinado por mayordomos y peones nicaragüenses al servicio de los intereses
imperiales de los Estados Unidos.
Sandino es uno de los héroes más limpios con que cuenta la historia de la lucha
antiimperialista en la América Latina: es, y seguirá siendo, un ejemplo para
los patriotas del continente que luchan por la verdadera y efectiva
independencia de sus pueblos.
Sandino fue en la segunda década de nuestro siglo uno de los precursores de la
guerra de guerrillas (de la guerra revolucionaria y de la guerra librada con
éxito contra el invasor imperialista). En otras palabras, y en cierto sentido,
se adelanta a los barbudos de la Sierra Maestra, a los esforzados guerrilleros
de América Central y América del Sur y al heroico pueblo vietnamita.
En seguida, y en torno a esta faceta, ofrezco un colagge que lo muestra como un
hábil estratega de este tipo de guerra en el continente americano.
En unas cuantas líneas, William Krehm traza una imagen correcta sobre la
táctica de lucha y el sentido del movimiento sandinista:
"Durante casi siete años, prácticamente sin ayuda, luchando con rifles
capturados al enemigo y granadas de mano hechas con latas de sardinas llenas de
piedras, resistió a la aviación y al equipo moderno de la marina norteamericana
y de la Guardia Nacional de Nicaragua. Sus enemigos más encarnizados han
rendido tributo a su bien organizado espionaje, segura señal de que gozaba de
las simpatías de la población.
A través de toda Latinoamérica Sandino se convirtió en un David legendario que
aunque no tenía la menor esperanza de decapitar al grande y rubio Goliath, sí
le suministró un buen tirón de orejas".
Gregorio Selser resume en unos cuantos párrafos de su Sandino, general de
hombres libres los métodos de combate de que se sirve el nicaragüense para
hostigar, debilitar y exasperar a los marines norteamericanos y a sus cómplices
nativos:
"En un principio todas fueron derrotas. A la de San Fernando siguió el
desastre de Las Flores, donde perdió sesenta hombres y un armamente vital. Poco
podían hacer sus tropas frente a las tácticas de un ejército regular que
contaba con la dirección de veteranos de la Primera Guerra Mundial. Como
Sandino operaba según el sistema de trincheras, poco costaba a los invasores
flanquearlo y, con ayuda de la aviación, desalojarlo.
La lección, a poco de reiterada, fue plenamente comprendida. Percibió que en
tanto los invasores contaran con armamento superior, eligieran el terreno y el
momento de los combates y se valieran de sus conocimientos militares
académicos, poco podría hacer él si les correspondía con el mismo juego. A
partir de ese momento decidió Sandino adoptar las tácticas de las guerrillas,
aprovechando sus conocimientos del terreno donde operaba, para tratar de
obtener el máximo rendimiento de los escasos hombres y armamento de que disponía.
Decidió que el factor sorpresa era elemento primordial de ventaja en las luchas
del tipo de la suya, que exigían el empleo de la emboscada y la retirada
inmediata una vez logrados los objetivos propuestos.
El primer ensayo fue puesto en práctica
diez días después del desastre de Las Flores, cuando Sandino, en tanto los
invasores se internaban en Las Segovias en dirección al cerro del Chipote, se
colocó a su retaguardia y atacó, el 19 de septiembre de 1927, la ciudad de
Telnapeca. Por la noche la ciudad estaba en sus manos, con excepción del
sistema defensivo de trincheras "con alambres de púas y la extensa red de
zanjas comunicadas entre sí, como copiando el sistema de atrincheramiento usado
durante la guerra europea..."
Para comprender este cambio en las concepciones militares de Sandino, casi
todas instintivas, debe tenerse en cuenta que los cuatro departamentos
segovianos forman una superficie de treinta mil kilómetros cuadrados, extendida
desde el centro de Nicaragua, en dirección norte, hasta la frontera con
Honduras, cuyos límites cubre completamente. Al oeste, desde el Pacífico, el
terreno se eleva gradualmente desde los llanos de León y Chinandega hasta las
alturas de Nueva Segovia, donde alcanzan su mayor desarrollo inmensos bosques
inexplorados. Al este, la región del Atlántico, aunque baja, es igualmente
boscosa, terminando en los inhabitables suampos o pantanos. El río Coco, que
baja de las alturas de Nueva Segovia hasta el mar, recorre cientos de
kilómetros irregularmente aptos para la navegación de poco calado, atravesando
toda la zona departamental en lucha.
Los pueblos, naturalmente, estuvieron desde un principio en poder de los
invasores. Sus bocacalles y su perímetro exterior estaban constantemente
vigilados por puestos de ametralladoras.
Pero Sandino es el dueño de la selva, de la montaña y del río. Conoce cada
palmo de terreno segoviano. Y quienes le acompañan no son menos duchos. Cada
árbol, cada matorral, cada roca, es un virtual escondite de un tirador o de un
espía patriota. Los invasores lo saben y sólo se atreven a internarse por
caminos conocidos con el rifle o el revólver dispuestos a disparar en cualquier
momento. Y aun así les domina la inquietud. Porque en cualquier instante, sin
que nada previo lo haga anunciar, se escucha el seco estampido que da por
tierra con un invasor, al que de inmediato sigue una furiosa descarga desde
distintos puntos. Los tiradores han tenido tiempo y puntería suficientes como
para caer en un inútil desperdicio de munición: cuando los norteamericanos reaccionan,
dispuestos al contraataque, sólo encuentran la huella reciente de pisadas que
se pierden en la espesura, donde es más peligrosa la acechanza de los
sandinistas. Estos, una vez descargadas sus armas y cumplida la faena de
diezmar a los "gringos", se retiran en orden tan silenciosamente como
han llegado.
Claro está que no siempre se es tan afortunado. "Vencimos y nos vencieron
-recordaría Sandino-, pero al enemigo le hacía falta conocer nuestra táctica.
Además, nuestro espionaje siempre fue y sigue siendo superior al de los
mercenarios. Así fuimos adquiriendo armas y parque norteamericanos, porque les
capturábamos gente y botín. ¡Lástima que sean de tan grande estatura los
piratas, porque sus uniformes no les sirven a nuestra gente!".
El temible ejército fantasma de Sandino es así imbatible. No precisa de grandes
efectivos, que, por el contrario, entorpecerían sus acciones. Ni siquiera de
costosos preparativos o concentraciones de armamentos y tropas. La pequeña
partida es escurridiza, de difícil localización y se disgrega hacia distintos
puntos preestablecidos, de difícil acceso.
Páginas adelante, el propio Selser enumera algunas de las estratagemas de que
se valió Sandino para frenar la invasión de los marines y conseguir, a largo
plazo, que las tropas invasoras abandonaran Nicaragua:
"Los hombres son pocos y las armas son menos todavía. El ingenio debe
reemplazar a la técnica, la táctica primitiva a la estrategia militar. La honda
puede no matar, pero si vaciar un ojo, y una rama flexible es una honda
gigante, capaz de causar estragos, perturbar la marcha de soldados o sembrar la
necesaria confusión a cuyo amparo los ocultos tiradores puedan apuntar
cuidadosamente. Un colchón de hojas puede perfectamente ocultar un pozo, de la
misma manera en que mediante diques de troncos y rocas se pueden modificar los
cursos de agua señalados en los mapas de la región y desviar a los soldados
enemigos hacia donde las guerrillas esperan a su presa."
Las líneas que acabo de transcribir no sólo revelan los recursos empleados por
Sandino sino que, asimismo, prefiguran los ardides de que se valdrían los
vietnamitas para derrotar, primero, a los franceses y, después, a los
norteamericanos.
Al Sandino guerrillero se le puede aplicar la anécdota que entre nosotros se
atribuye a Pancho Villa, el combatiente ubicuo por excelencia:
Cuéntase que un día -escribe Nellie Campobello- un jefe que persigue a las
tropas de Villa recibe de Venustriano Carranza un telegrama urgente redactado
en estos términos: "Precise usted dónde se hallan Francisco Villa y los
pocos hombres que lo acompañan".
La respuesta del jefe fue esta:
"Tengo el honor de informarle que según todos los datos que he recabado y
creo verdaderos, Villa se encuentra en todas partes y en ninguna".
Aquí quiero intercalar una pequeña digresión. Es probable que uno de los
maestros de Sandino en el arte de la guerra de guerrillas haya sido Villa, con
cuyas hazañas debió familiarizarse no sólo por la prensa sino a través del
contacto personal, aquí en México, con personas y libros que debieron
informarle cómo se movilizaba y actuaba el sorprendente guerrillero quien, como
él, supo detener y derrotar a las tropas norteamericanas.
Poco se ha dicho acerca de las semejanzas que se observan entre la acción
militar de Sandino (y sus puntos de vista teóricos diseminados en cartas,
entrevistas y documentos) y la teoría y la praxis guerrillera de Mao Tse-Tung,
el mayor teórico con que cuenta en nuestros días este tipo de guerra.
Entresaco de los escritos militares de Mao (influídos por los de Sun Tzu,
estratega chino que vivió en el siglo VI antes de nuestra era) algunas muestras
que considero significativas:
1.- Aunque la guerra móvil de la insurrección se asemeja a la de las fuerzas
tradicionales, se apoya en la estrategia de la guerrilla y opera persiguiendo
objetivos algo diferente. Los insurgentes van desde las zonas rurales hacia los
pueblos y ciudades. Ocupan las colinas y los bosques antes de tomar los
caminos. En esto se conducen de manera diametralmente opuesta a los dictados de
la estrategia militar occidental, en la cual los puntos fuertes -centros
industriales, de comunicaciones, de población- se golpean primero y se dejan
para lo último los empenachados montes de las zonas rurales. Lo que cuenta para
que el enemigo no pueda defender sin verse envuelto en una contradicción, la de
extender sus líneas y debilitar la efectividad de su poder destructor. En
consecuencia, primero están las zonas rurales y después las ciudades.
2.- Esparcir nuestras fuerzas para despertar a las masas; concentrarlas para
contener con el enemigo.
3.- Avanza el enemigo, nos retiramos; acampa el enemigo, lo hostigamos; se
fatiga el enemigo, lo atacamos; se retira, lo perseguimos.
4.- Para ampliar zonas estables, emplear la táctica de avanzar en olas; cuando
se es perseguido por un enemigo poderoso, emplear la táctica de girar y
escabullirnos a su alrededor.
5.- Despertar el mayor número de personas en el tiempo más breve posible con
los mejores métodos.
6.- Estas prácticas se asemejan en todo a la forma en que se maneja una red;
debemos estar listos para lanzarla o recogerla. La tiramos abierta para ganar a
las masas y la recogemos para luchar contra el enemigo.
La guerrilla -afirma Robert Taber- hace la guerra de la pulga. La pulga pica,
brinca, y pica otra vez, esquiva rápidamente la fuerza que puede aplastarla. No
trata de matar a su enemigo de un golpe, sino de extraerle sangre y alimentarse
con ella, atormentándole y enloqueciéndolo; lo conserva para actuar en él y
destruir sus nervios y su moral. Todo esto toma tiempo. Más tiempo se necesita
todavía para que las pulgas se multipliquen. Lo que comenzó siendo una
infección local llegará a ser una epidemia, a medida que se unan las zonas de
resistencia, del mismo modo como se extiende una mancha de tinta en un secante.
Paso, ahora, de China a Vietnam, país en el que la guerra anticolonial y,
luego, la guerra contra el imperialismo yanqui guarda ciertas similitudes con
la guerra de Sandino.
La definición de la guerra de guerrillas que da el general Vo Ngu-yen Giap, el
triunfador de Dien Bien Fu, coincide con la de Mao. El estilo, incluso, es
parecido:
"La guerra de guerrillas es la forma en que pelean las masas de un país
débil y mal equipado contra un ejército agresor con equipo y técnica mejores.
Así es como se pelea en una revolución. Las guerrillas confían en su espíritu
heroico para triunfar sobre las armas modernas, esquivando al enemigo cuando es
más fuerte y atacándolo cuando es más débil. Dispersándose unas veces, reagrupándose
otras, desgastando al enemigo en ocasiones, exterminándolo en otras, estando
dispuestas a pelear dondequiera, para que en cualquier parte a donde vaya el
enemigo se encuentre sumergido en un mar de gente armada que golpea sus
espaldas, intranquilizando su espíritu y agotando sus fuerzas."
En otro momento de Guerra del pueblo, ejército del pueblo, el general Giap
afirma:
"Además de dispersarse para desgastar al enemigo, es necesario reagrupar
una gran fuerza armada en una situación favorable, para adquirir supremacía en
el ataque en un punto y tiempo dados para aniquilar al enemigo. Los triunfos
sumados de muchas batallas pequeñas desgastan progresivamente los efectivos
humanos del enemigo al tiempo que incrementamos poco a poco nuestras fuerzas.
El fin principal de la batalla debe ser la destrucción de los efectivos humanos
del adversario. Nuestros propios efectivos no deben agotarse tratando de
conservar u ocupar territorio.
En Argelia, a lo largo de los intensos siete años de lucha contra el poder colonial
francés, los patriotas aplicaron en el campo, adaptándolas a sus propias
condiciones objetivas, las mismas tácticas empleadas por Mao y por Giap.
En la Sierra Maestra, los revolucionarios de Fidel Castro, con enorme poder
creador, pusieron en práctica, en líneas generales, un parecido cuerpo de
ideas. Casi al azar tomo dos fragmentos del Che Guevara que se localizan en La
guerra de guerrillas:
"1.- 'Muerde y huye' le llaman algunos despectivamente, y es exacto.
Muerde y huye, espera, acecha, vuelve a morder y a huir, y así sucesivamente,
sin dar descanso al enemigo. Hay en todo esto, al parecer, una actitud
negativa, esa actitud de retirada, de no dar combates frontales, sin embargo,
es consecuente con la estrategia general de la guerra de guerrillas, que es
igual en su fin último a la de una guerra cualquiera: lograr el triunfo,
aniquilar al enemigo.
2.- Hay tres condiciones de supervivencia de una guerrilla que comience su
desarrollo; movilidad constante, vigilancia constante, desconfianza constante.
Sin el uso adecuado de estos tres elementos de la táctica militar, la guerrilla
dificilmente sobrevivirá."
Tras de asomarse a sus tácticas de lucha y repasar, por encima, las ideas de
buena parte de los grandes teóricos de la guerra irregular, puedo decir que
Sandino no es sólo un héroe político sino también un excelente militar cuyos
puntos de vista acerca del arte de la guerra siguen teniendo cierta vigencia.
En 1975, cuarenta y un años después de su asesinato, Sandino está más vivo que
los herederos de Anastasio Somoza. En tanto que Sandino al entender el presente
ayudaba a sentar las bases de la Nicaragua del porvenir, los hijos de Somoza y
sus cómplices al no poder comprender la Nicaragua de 1975, e incluso la
Nicaragua de su padre, la que comienza en 1937, no están capacitados para
diseñar el modelo político, económico y social que permita a este país, el más
extenso y desgraciado de la América Central, asumir una vida en la cual ya no
haya explotadores y explotados y en la que todos los nicaragüenses puedan
emplear, al dirigirse unos a otros, la palabra que usaban en el campamento
sandinista, un soldado cuando se dirigía a un compañero: hermano.
Somoza y sus herederos han creado un país en que la mitad de las tierras
explotables no se cultivan, y de las que sí se trabajan el 30 por ciento
pertenece a las finanzas de los Somoza; un país de seres mal alimentados cuya
dieta cotidiana está compuesta de arroz, frijol y maíz; un país cuya balanza de
pagos es deficitaria; un país incorrectamente poblado y diezmado, de la
infancia a la senectud, por incontables enfermedades endémicas; un país con el
60 por ciento de analfabetos y una educación, en sus tres estadios, francamente
ridícula; un país, en fin, endeudado con los Estados Unidos y propiedad privada
de una familia y de sus empleados de confianza.
El porvenir de Nicaragua está en la lucha cotidiana, inteligente y valerosa del
Frente Sandinista de Liberación Nacional.